León Bendesky
Deberíamos tener un Balzac que, con esa precisión y esa manera de aproximarse a los personajes, las situaciones y las formas sociales prevalecientes, plasmara lo que pasa ahora en el país. Podría, sin duda, ofrecer un relato magnífico de la situación política actual, con sus enormes pequeñeces y sus pequeñas grandezas.
No es demasiado difícil imaginar los pasajes que podría dedicar un autor de esa talla a la manera en que se ha conformado el Congreso, donde el PRI, que no puede sacudirse sus pesadas cargas históricas, sigue siendo un pesado lastre. Sería como un platillo servido en bandeja de plata la conversación telefónica que se difundió entre el diputado Gamboa, ahora jefe de la bancada de ese partido en la Cámara, y Nacif, el poderoso empresario textil poblano.
No tuvo desperdicio en forma ni contenido. Se trataba nada menos del impulso de una ley, la de juegos, en la que hay de por medio cantidades millonarias de dinero. Se dejaba abierta la puerta para otro tipo de cuestiones y relaciones en la que se sabe que está involucrado ese inefable personaje mezclillero.
Las negaciones del legislador sólo consiguieron exhibir más todo ese bochornoso asunto que, como ciudadanos, nos deja bastante desprotegidos ante la impunidad, el descrédito y la falta de vergüenza.
El PRI, que estaba tan bien dispuesto a negociar con el PAN para llegar a acuerdos en la cámara, prácticamente lo que esos fueran, verá devaluada su mercancía de cambio, lo que puede significar, no obstante, un costo muy grande para la sociedad en materia de las leyes que se aprueben en esta legislatura. Ya hay muestra de eso en las adecuaciones que se hicieron a la ley para asegurar la operación interna a modo de los interesados.
En el país en donde nada pasa y reina la concordia por decreto oficial, ocurren muchas cosas más de las que admite o puede ver el gobierno en turno. Así, el dilema planteado por las fiestas patrias se fue desarmando y se evitó una nueva expresión del conflicto político abierto en el país. Primero se convino en realizar el desfile militar por su ruta usual en el centro de la ciudad de México; las calles y avenidas que estaban ocupadas desde hace semanas por el plantón ya se despejaron.
Luego se desarticuló el trance planteado por la ceremonia del Grito de Independencia. Ni el presidente Fox, ni López Obrador lanzaron las loas a la libertad que corresponde hacer cada año en esa noche, y fue Alejandro Encinas, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, quien lo hizo, frente a una plaza pletórica y de ánimo contestatario.
El presidente Fox se fue a Dolores, en su acolchonado Guanajuato, a dar el grito. Según el secretario de Gobernación, Abascal, eso respondía a una intención de evitar las fricciones y abrir espacio al diálogo en esa inconmovible vocación democrática de su jefe. No coincidía esa interpretación con la del vocero presidencial, el señor Aguilar, que dijo, en cambio, que había indicios derivados de ''información de inteligencia'' en el sentido de que grupos minoritarios pudiesen ''matar ciudadanos'' que asistieran al Zócalo.
Del vocero ya se sabe y se dice mucho, pero sea lo que sea, representa al Presidente de manera pública, y la discrepancia de sus declaraciones con las de Abascal no es un asunto menor. Además, Aguilar pudo haber infringido la ley que manda a los funcionarios públicos a denunciar cualquier intento de delito del que tengan conocimiento. Sólo cabe ver en la vocería presidencial una gran falta de responsabilidad y tino.
El caso es que el presidente Fox no estuvo en el Zócalo como le correspondía, y esa es una de las imágenes más representativas del final de su gobierno. Hay ausencias que no se notan, otras que matan. Si fue prudencia lo que motivó su ida a Dolores qué bueno, pero el caso es que él y su presidente electo están prácticamente a salto de mata todo el tiempo y todas partes, y más protegidos que nunca por los soldados y la policía.
Encinas, en un intento de generar alguna concordia, se refería al problema que había suscitado la polémica del acto del Grito como un asunto de ciencia política y no de física. Eso puede ser cierto, tiene sin duda esa veta y habría que ir reivindicando aunque sea un poco el quehacer político como él mismo ha hecho.
Pero la física no puede relegarse al gusto de ningún observador, y si un lugar no es ocupado por un cuerpo, es decir, la figura del Presidente en este caso, entonces lo llena otro, en este caso también, la oposición al presidente aun cuando López Obrador no haya estado físicamente como protagonista.
Aún falta mucho tiempo para que termine este gobierno y tome posesión el siguiente, y no queda claro en qué condiciones eso va a ocurrir; y el entorno, aunque está definido legalmente, no lo está en términos de ambiente social y de la exigencia de lo que se acepta como legítimo. Habrá que observar cómo se van conformando las fuerzas políticas y, sobre todo, cómo se organizan los movimientos que van surgiendo de la sociedad.
leon@jornada.com.mx
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