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31 octubre 2006

La batalla de Oaxaca

Martes 31 de octubre de 2006

Luis Hernández Navarro

De hinojos, con la bandera nacional en alto, con su sangre como ofrenda, un ciudadano se coloca frente a los vehículos de la Policía Federal Preventiva (PFP) para tratar de evitar su paso. No es el único. No lejos de allí, decenas de oaxaqueños se tiran al piso para formar una alfombra humana que evite el avance de las tanquetas que lanzan chorros de agua a presión.

En las calles de la Oaxaca son mujeres, niños, jóvenes, ancianos quienes se enfrentan de manera no violenta a los gendarmes federales. En pequeñas cartulinas escriben: váyanse, no son bienvenidos. Son miles de personas las que usan su cuerpo como única arma para resistir la agresión policial. Han convertido el miedo en rabia, la humillación en dignidad.

En tres barricadas la tensión sube de tono. Hay quienes arrojan palos y piedras. Unos pocos quieren aventar molotovs. Otros más lanzan cohetones. Grupos de jóvenes y pobres urbanos desean enfrentarse con los uniformados. Desde Radio Universidad, voz del movimiento contra Ulises Ruiz, los locutores insisten una y otra vez en enfrentar de manera pacífica la incursión de los gendarmes federales. Paciencia, calma, inteligencia, recomiendan. No caer en provocaciones, insisten.

El ofrecimiento gubernamental de un operativo de disuasión limpio y sin contacto se esfuma desde los primeros momentos. Son palabras. La policía arroja gases lacrimógenos, blande los toletes, dispara armas de fuego, catea domicilios particulares, detiene ciudadanos, agrede a periodistas y confisca su material gráfico. Su consigna es avanzar con todo, tomar edificios públicos, borrar las huellas que den testimonio de sus tropelías, hacer sentir su fuerza.

Como en Atenco, el gobierno monta una gran campaña mediática para tapar las atrocidades de sus gendarmes. El secretario Abascal declara que no hubo muertos, que el saldo es blanco. Lo mismo hace el presidente Fox. Pero la voz de los difuntos los desmiente. Los más de 50 detenidos los refutan. Los heridos lo niegan. Otra vez más, como en Lázaro Cárdenas y como en el mismo Atenco, la agonizante administración de Vicente Fox se mancha las manos de sangre.
JORNADA

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