áLVARO DELGADO
MÉXICO, D.F., 17 de noviembre (apro).- No pasará mucho tiempo para que se conozca públicamente que, en algún escondrijo, se celebró una reunión o varias de ellas entre el nuevo secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, y Jesús Ortega, quien encabeza el Partido de la Revolución Democrática (PRD) después de que un puñado de jueces legitimó toda suerte de trampas en su elección.
En eso no hay sorpresas: Ni en la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), que también en el caso de Felipe Calderón impuso su criterio de convalidar la suciedad, ni en las reuniones subrepticias a las que son tan afectos los miembros de Nueva Izquierda, la corriente perredista que encabeza Ortega.
Porque, en efecto, justo el día en que murió Juan Camilo Mouriño, el martes 4, estaba prevista en su agenda una reunión con Ortega y el exdiputado federal Jorge Martínez Ramos --un empresario de estacionamientos y primo del vicepresidente ejecutivo de Televisa, Bernardo Gómez--, una plática cuyos objetivos son tan oscuros como la propia cita.
Lo de menos era si Ortega tenía la representación partidaria, que formalmente consiguió una semana después de esa cita, el miércoles 12, mediante un fallo por unanimidad del TEPJF, porque es costumbre de esa corriente reunirse, en secreto, como sucedería con Mouriño, como ocurrió en otras -muchas-- ocasiones con miembros del gobierno que juzgan espurio.
Al menos eso es lo que Ortega afirma: "He dicho y lo sostengo, que Calderón es un presidente ilegítimo y que esa ilegitimidad no se quita como si se quitara una mancha en la camisa. Calderón es y será ilegitimo por los siglos de los siglos."
Pero resulta que, así como Ortega lo pretendía con Mouriño --y seguramente lo materializará con Gómez Mont, de lo que sin duda se sabrá--, otro prominente miembro de Nueva Izquierda, Carlos Navarrete, se entrevistó en secreto con Francisco Ramírez Acuña, el primer secretario de Gobernación de Calderón, el "ilegítimo por los siglos de los siglos".
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