Publicado en La Vanguardia.es
Tomás Alcoverro
Tiro o la patética vulnerabilidad
10/08/2006 - 00.00 horas
Ya me conocen vecinos del barrio, de este barrio viejo de Tiro, el más poblado de toda la ciudad, cuando apoyado de vez en cuando en mi bastón me pierdo en su laberinto de callecitas. En algunas rinconadas hay familias musulmanas sentadas en las aceras en devencijados sofás, mirando las pantallas de televisión y fumando el narguile o pipa de agua. Hay calles abovedadas con casas de pequeños patios de arriates de flores y con locales de billares donde juegan muchachos con pantalones pirata o en bañador. En algunos balcones vetustos aún cuelgan las banderas del Mundial de fútbol.
Tiro es el mar, el olor del mar y el rumor de sus olas; Tiro es el Mediterráneo que se contempla a un lado y otro de esta península, de esta isla fenicia atada por Alejandro Magno con un istmo al continente. A los pies del modesto, y no sé si inútil faro, los pescadores se zambullen en sus aguas hasta alcanzar los roquedales de la costa y en un santiamén llenan sus cestos de peces muertos al arrojar sus cargas de dinamita, y regresan tan satisfechos a sus casas de la playa. El otro día, la policía trató de arrestar a unos cuantos pescadores del barrio, de los que acostumbran a sentarse en el cafetín Abu Georges, frente al puerto y cerca de la iglesia maronita.
Los otros barrios, los nuevos barrios de la ciudad, de las calles Cartago, Europa - la princesa fenicia raptada por Zeus que dio nombre a nuestro continente y cuyo hermano Catmus inventó el alfabeto-, a lo largo del paseo marítimo y alrededor del Ayuntamiento, están cada día más desiertos.
En Tiro quedan sobre todo los vecinos pobres de mi viejo barrio, y los habitantes de los tres campos de refugiados palestinos. En los despachos del vulgar edificio del Ayuntameinto, el alcalde y los funcionarios municipales atienden a los que llegan en busca de medicamentos, y distribuyen bolsas de pan. Desde el bombardeo de hace varios días del puentecito del río Litani, no ha llegado ningún convoy con ayudas humanitarias.
Las carreteras de las comarcas del sur están totalmente desahuciadas tras las conminatorias advertencias del mando del Tsahal, el ejército israelí, de disparar sobre cualquier vehículo en marcha. En nuevas octavillas lanzadas sobre el vecindario, amenazan a sus habitantes con que "pagarán el precio impuesto del jeque Nasrallah" con la devastación de su país.
Ni las ambulancias, ni los coches de bomberos pueden circular. El plan de la embajada de España en Beirut para facilitar la salida de un grupo de corresponsales que hemos quedado atrapados en la ciudad tuvo que ser suspendido en el último momento al no facilitar las autoridades israelíes la seguridad de nuestro desplazamiento hasta el río Litani.
La decisión del primer ministro Ehud Olmert de ampliar la zona de operaciones de su ejército hasta sus orillas ha agravado la situación de Tiro. Esta antigua población fenicia ya fue ocupada de 1982 a 1985, pero ahora, tanto sus dirigentes municipales como prominentes ciudadanos que no la han abandonado, descartan que el ejército judío la tome otra vez, porque no cuenta con bases de combatientes de Hezbollah.
Los soldados de su guarnición son irrelevantes, y lo que desean por encima de todo es pasar inadvertidos. Recuerdo que en 1996, durante la represalia israelí de las Uvas de la Ira, un capitán libanés nos pidió que suplicásemos al comandante en jefe del contingente de la Finul que le procurase una bandera de la ONU para proteger su cuartelillo. En la cárcel, en este antiguo edificio otomano, junto al barrio viejo de la ciudad, los prisioneros agarrados a las rejas gritaban entonces su miedo de que el local fuese también bombardeado.
Olvido esta patética vulnerabilidad de Tiro, su agobiante soledad, cuando me dejo llevar por mis pasos por el pequeño laberinto callejero, siempre animado. En una rinconada hay una alcándara con un deslucido papagayo llamado Jacob.Su dueño, sacristán de la iglesia melquita, cuenta que está triste y que ya no habla desde que la guerra estalló.
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