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24 octubre 2008
EEUU y los 500 mil millones de dólares del negocio de la droga
Agencia Bolivariana de Noticias
Caracas, 12 de Sep. ABN (Por Hernán Carrera).- Opio, cocaína, marihuana y anfetaminas movilizan mundialmente cada año un presupuesto que puede doblar el de un país petrolero como Venezuela. Debidamente ¿lavadas? y llevadas a honorables bolsas de comercio, las ganancias anuales del narcotráfico llegan a representar ¿en acciones perfectamente legales? más de 300 billones de dólares: una cifra que torna ridícula la pretendida especie de que es este un negocio manejado por capos tercermundistas que se esconden en algún búnker de Colombia o Afganistán.
Un campesino boliviano –Julio Quispe, pongamos, por inventar un nombre– que evada el monopolio estatal de la coca, recibirá 1.375 dólares por los 275 kilos de hojas que hacen falta para producir un kilo de pasta o base de cocaína. Un narco colombiano –Alvaro Jaramillo, digamos– podrá procesar ese kilo de pasta y vendérsela a cualquier congénere por unos $ 5.000, o transformarla en clorhidrato y revenderla en Cartagena o Bogotá por $ 15.000. En Harlem, o en Broadway, o en Harvard, un Tom Smith o Jimmy Johnson cualquiera podrá optar entre ofrecer el polvo puro, a unos $ 30.000 el kilo, o adulterarlo hasta obtener por cada gramo de piedra o crack entre 40 y 80 dólares. Los 1.375 dólares de Julio Quispe son ahora, en promedio, 60.000.
Un negocio sencillo, se dirá: no requiere más que unas hojas que crecen casi silvestres, algo de kerosén, un poco de ácido sulfúrico y acetona, una narco-mula o una pista o un peñero siquiera. Y, claro, un tanto de mala conciencia y otro de osadía para mover de un sitio a otro esos mil gramos.
Pero no es un kilo: son 992.000, que eso fue, según la Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Crimen (Unodc, por sus siglas en inglés), la producción mundial de cocaína en un año tan cualquiera como 2007. Y no es sólo coca: también hay, igual de lucrativos o más, 8.870.000 kilos de opio. Y 41.400.000 kilos de marihuana. Y 494.000 de anfetaminas varias. Y pare usted de contar alucinógenos y otras especies.
Hablamos, entonces, de movilizar por todo el mundo, desde las selvas más apartadas hasta los colegios y universidades y bares y oficinas de cualquier pueblito primermundista, algo más de 50 millones de kilos de sustancias ilícitas, que son objeto de persecución feroz y de guerra a muerte. Hablamos, además, de mover también por el mundo entero otra cosa aún mucho más difícil de hacer pasar inadvertida: los 500.000 millones de dólares que como mínimo, al decir de los expertos (de la ONU, del Fondo Monetario Internacional, de la Drug Enforcement Administration o DEA), reportan en ganancia anual esas sustancias. A precios de 2006.
Eso es el narcotráfico. Y es apenas el comienzo.
Cosas que puedes saber con sólo mirarlas
Al comienzo de la larga cadena del narcotráfico no todo son eslabones perdidos: se conocen perfectamente los grandes centros de producción. Y las grandes rutas de distribución también.
Con 193.000 hectáreas sembradas de adormidera, Afganistán concentra 92% de la producción mundial de opio. Pura, o transformada en morfina o heroína, la droga afgana fluye hacia Europa a través de Pakistán, de las ex repúblicas soviéticas de Turkmenistán y Uzbekistán, del largo corredor kurdo, de Georgia, de Chechenia, los Balcanes. De lejos, Myanmar compite con sus 27.000 hectáreas de amapola.
Colombia es dueña de 55% del cultivo mundial de hojas de coca: 99.000 hectáreas. Le siguen Perú, con cerca de la mitad de eso, y Bolivia, con 28.900 hectáreas casi enteramente dedicadas al procesamiento y comercio legal. El clorhidrato de cocaína tiene por destino principal los Estados Unidos. Sube por el Pacífico, vía Panamá, o por el Caribe colombiano, o atraviesa Venezuela para hacer escala en las antillas. Otra parte, más pequeña, cruza el Atlántico y toca Africa antes de entrar a Europa.
El Asia oriental y tecnologizado representa el 55% del mercado mundial de anfetaminas (éxtasis y otros estimulantes), y se encarga por sí misma de producir y consumir sus tabletas. Lo mismo hacen sus otros dos grandes competidores: la culta Europa y el Estados Unidos de la implacable DEA.
De esos mismos supervigilados predios de la DEA –el territorio estadounidense– se sabe con certeza que acaparan la mayor porción de la torta en el mercado mundial de producción y consumo de marihuana, gracias a las técnicas del cultivo hidropónico en interiores e incluso en subsuelos. Aunque más democrático en su irrigación por el globo –el cannabis se siembra en 172 países–, América concentra 55% de la producción y tiene en su lado Norte una de las más altas tasas de prevalencia mundial: 10,5% de los norteamericanos entre 15 y 64 años son consumidores. En Europa, con tres millones de adictos (consumo diario), encabeza esta hierba las estadísticas del Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías.
Con apenas estos pocos datos, algunas cosas comienzan ya a llamar la atención en el oscuro mundo del narcotráfico. Cosas, digamos, que no terminan de parecer casuales.
Por ejemplo, que Afganistán, el cuasi monopólico centro mundial de producción de opiáceos, esté literalmente cruzado de tropas invasoras y misiles y tanques y muertos, y sin embargo.
Que de Pakistán y las ex repúblicas soviéticas del sur, amistosamente occidentales, no se hable. Que Georgia y Chechenia, y el corredor kurdo (Irán, Irak, Turquía), y la puerta trasera de Europa (Albania, los Balcanes), sean tan crudamente escenario de guerras, de intervenciones, de vigilancia extrema por la mal llamada “comunidad internacional”, y sin embargo.
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