Autor: Álvaro Cepeda Neri
25 Octubre 2010
Nada combatieron con tanto odio los nazis (tras su expansión como fascismo, por la irrupción ideológica y militar de la otra cara de Hitler: Mussolini) hasta su exterminio, como las libertades de expresión vigentes como fines democráticos y republicanos.
Desde entonces, las primeras decisiones de los gobernantes, incluso con aparentes escenarios democráticos y hasta sometidos a procesos electorales y a resultados de las urnas, así sean manipulados, en cuanto toman posesión, casi siempre enmascaradas con discursos favorables a las libertades de prensa, son para tratar de controlar a los medios de comunicación (predominantemente con pagos millonarios en compra de espacios, dispensa del cobro de impuestos a radio y televisión y sobornos directos a sus más connotados locutores disfrazados de comentaristas y analistas).
A la prensa escrita la doman con otorgarle publicidad oficial, y si no logran su objetivo nazi-fascista, entonces, como Calderón y su director de comunicación Max (Maximiliano) Cortázar, emprenden la persecución ante la indiferencia de la Procuraduría General de la República (PGR) por las denuncias de los periodistas, anotándolos en “la lista negra” para negarles publicidad e información.
La subcultura calderonista con sus voceros-cómplices –los timbiriches de las secretarías de Salud, Trabajo, Hacienda, Desarrollo Social, Economía, Gobernación, Energía, Comunicaciones, Educación, Defensa, Marina, Relaciones Exteriores, de la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex) y un cuantitativamente largo etcétera– han arremetido contra las revistas Proceso y Contralínea. Y lo han hecho con la furia característica de una pandilla de delincuentes armados tras el saqueo al arsenal de la subcultura nazi-fascista, para con su manu militari controlar, no a las otras delincuencias, sino aterrorizar a la sociedad civil, cuyo máximo ejemplo es Ciudad Juárez, en Chihuahua, donde hasta la prostitución impera al lado de los matones para satisfacer las demandas soldadescas y de las policías de Genaro García Luna. Es el auténtico poder tras el trono calderonista.
A nadie más odian con tanta ferocidad los calderonistas y cortazistas que a la prensa escrita, porque, a pesar de las novedades tecnológicas (internet, videos, etcétera), sigue siendo el medio testimonial que más penetra y permanece en la opinión pública.
Cuando periódicos y revistas que logran circular por todo el país informan verazmente y ejercen la crítica como contrapoder, son objeto de toda clase de censuras e inquisiciones administrativas y judiciales, echándoles a sus perros de la iniciativa privada, para hacer la pinza contra quienes insisten en ejercer al máximo las libertades constitucionales, duramente conquistadas desde la Independencia y reconquistadas en la Revolución (Elba Chávez Lomelí, Lo público y lo privado en los impresos decimonónicos. Libertad de imprenta: 1810-1882; y, El Poder Judicial de la Federación y los medios de comunicación, sentencias: 1836-2001).
Esa subcultura calderonista nazi-fascista es característica de la “redefinición nazi de la vida política” (George L Mosse, La cultura nazi), de donde sacaron, con el tirabuzón panista, lo de “vivir mejor” y cuya concepción es una calca de la derecha patrimonialista, cuyos principios de organización son los más comunes en la historia (antirrepublicana y antidemocrática) e incluso de nuestros días.
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