México SA
Carlos Fernández-Vega
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Con Pemex, Calderón pretende concluir la venta de garaje
¿Dónde quedó el nuevo desarrollo?
Al resumir sus seis años de estancia en Los Pinos, Miguel de la Madrid Hurtado presumía la privatización de poco más de 700 empresas del Estado y su cadena de “reformas estructurales”, que garantizaban, decía, “una etapa superior de nuestra historia” y permitían “encauzar el desarrollo integral” del país, el “crecimiento autosostenido” y la “reducción de la vulnerabilidad externa”.
Cuando Carlos Salinas de Gortari hizo lo propio, tras entregar alrededor de 400 empresas paraestatales de gran calado al gran capital nacional (Teléfonos de México y la banca, entre las joyas), amén de concesionar carreteras y abrir a la iniciativa privada la generación eléctrica y varias sectores de la petroquímica, celebraba el advenimiento del “nuevo desarrollo mexicano”, alababa la segunda cadena de “reformas estructurales” que permitieron “democratizar el capital”, atender los “objetivos nacionales de la soberanía y de la justicia” y recorrer la “vía moderna de México”, y se felicitaba por el “cambio, que es nacionalista porque fortalece a la nación, y popular, porque extiende sus beneficios a las mayorías”.
Tras privatizar Ferrocarriles Nacionales de México, abrir aún más la puerta para que el capital privado se metiera a la generación de energía eléctrica, “rescatar” a los empresarios carreteros y banqueros y extranjerizar la banca, entre otras gracias, Ernesto Zedillo sencillamente aseguraba que privatizaciones y “reformas estructurales” garantizaban “crecimiento sostenido que genere los empleos bien remunerados que con toda razón demandan los mexicanos” y, en pocas palabras, un futuro venturoso para los que han tenido el honor de nacer en esta gloriosa nación.
Si a lo anterior sumamos las “reformas”, “aperturas”, concesiones y reconcesiones, y hasta una expropiación “por causa de interés público”, de Vicente Fox, en cuatro sexenios privatizadores el país estaría en la mismísima gloria: existiría México y, después, el primer mundo, siempre de acuerdo con el discurso de la cuarteta citada.
A la vuelta de cuatro gobiernos y el inicio del quinto, nada más alejado de ese discurso que la realidad mexicana, producto de interminables “reformas estructurales”, “modernizaciones” y privatizaciones a ultranza. ¿Dónde quedó el “nuevo desarrollo mexicano”, con su crecimiento “autosostenible” en plena “modernidad” y gozo de los “beneficios” privatizadores que “democratizaban el capital”? Quedó en un sonado cuan costosísimo fracaso, con una deuda cercana al estallido.
Los cuatro jinetes juraron y perjuraron que los dineros producto de las privatizaciones se destinarían al crecimiento económico, la generación de empleo formal, permanente y bien remunerado, los beneficios sociales, proteger a los que menos tienen y, en fin, al desarrollo nacional, y resulta que lo obtenido por esas “desincorporaciones” terminaron por “rescatar” los capitales privados que habían dado cuerpo al “nuevo desarrollo mexicano”. Y los “rescates” aún concluyen.
Sirva lo anterior para dar sustento y credibilidad al discurso del quinto gobierno consecutivo que no ve mayor posibilidad que la privatización para “sacar adelante al país” y destinar “los recursos excedentes” al “pago de la deuda social”. Si existe similitud con la retórica de los cuatro anteriores, no es para preocuparse porque en esencia son exactamente iguales.
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