Translate

19 octubre 2007

Fox: historias de vaqueros

Jorge Camil

¿Qué podíamos esperar de un exitoso vendedor de cocacolas que a los 32 años se convirtió en presidente de Coca-Cola México? Ésa continúa siendo la única habilidad del ex presidente: ¡vender!

Apoyado por excelente mercadotecnia aprovechó la coyuntura política en 2000 y llegó a un honroso puesto para el que no estaba preparado. ¿Y qué hace ahora con su libro de “memorias”?: vender. Vender una historia de gringos, escrita para gringos, en la que aparecen caricaturas de México y de nuestro sistema político; en la que el PRI sale peor librado que los regímenes oscuros de Hussein y Pinochet, no obstante estar dedicada “al pueblo de México con amor”. Una historia de presidentes malandrines que “no construyen bibliotecas presidenciales, ni emprenden cruzadas contra el hambre, ni dirigen las Naciones Unidas” (¡Dios nos ampare! ¿Otro Echeverría?); de presidentes que “tomaban el primer avión a Europa después de entregar el poder a un sucesor designado por dedazo”. (¿No se muerde la lengua?) Dice que los presidentes no escribían memorias “porque podrían ofrecer pruebas en su contra” (¿y qué hacen las suyas?).

El título del primer capítulo (“Año de Hidalgo”) lo dice todo: al dejar el poder los presidentes no podían ir a la taquería de su pueblo natal sin ser abucheados, “porque dedicaban el último año del sexenio a saquear Palacio, llevándose mobiliario, pinturas, antigüedades, y hasta las perillas de las puertas y las molduras”. Como las historias para gringos tienen que caracterizar a un bueno y un malo, Calderón es “el joven brillante, valiente, reformador (el del sombrero blanco, por supuesto) que derrotó a López Obrador, peligroso aliado de Hugo Chávez en las elecciones más limpias, justas y veraces de la historia de Latinoamérica” (éste será el pasaje predilecto de quien llama el “vaquero de parabrisas” de la Casa Blanca). Afirma que él y su “primera dama” (porque como en inglés “Mrs. Marta” sonaría ridículo ahora la llama “my first lady”) únicamente se llevaron de Los Pinos “sus blue jeans y las hebillas vaqueras de plata que utilizó en la campaña”. Por eso, cuando abandonó la Presidencia se dirigió a “la plaza del pueblo” (¿se referirá al Zócalo del Distrito Federal?) para mirar a sus vecinos a la cara, “sabiendo que dirigió al país con las manos limpias”.
Ver artículo en Jornada

No hay comentarios.:

Publicar un comentario