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16 enero 2009

La agresión judia


Nos preguntaremos por qué odian a Occidente

Robert Fisk*

Una vez más Israel abrió las puertas del infierno a los palestinos. Cuarenta refugiados civiles muertos en una escuela de Naciones Unidas, otros tres en otro plantel de este tipo. No está mal para una noche de trabajo en Gaza a cargo del ejército israelí, que cree en la “pureza de las armas”. ¿Por qué debería sorprendernos?

Se nos olvidaron los 17.500 muertos –casi todos civiles, la mayoría mujeres y niños– que dejó la invasión de Israel a Líbano, en 1982; los 1.700 palestinos muertos durante la matanza de Sabra y Chatila; la masacre de Qanaen en que murieron 106 civiles libaneses refugiados, más de la mitad de ellos niños, en una base de la ONU; la matanza de los refugiados de Marwahin, a quienes Israel ordenó salir de sus casas en 2006 para luego ser asesinados por helicópteros israelíes; los mil muertos en el mismo bombardeo del mismo año y en la invasión a Líbano y, lo mismo, casi todos civiles.

Lo que sorprende de los dirigentes políticos occidentales, tanto presidentes como primeros ministros, y me temo directores de medios y periodistas, es que se han tragado la vieja mentira de que Israel se preocupa mucho de evitar víctimas civiles. “Israel hace todo el esfuerzo posible para evitar afectar a civiles”, aseguró de nuevo otro embajador israelí horas antes de la matanza en Gaza. Y cada presidente y primer ministro, que ha repetido esta mendacidad como excusa para no exigir un cese del fuego, mancha sus manos con la sangre de la carnicería de anoche. Si George W. Bush hubiera tenido el valor de exigir un cese del fuego hace 48 horas, todos esos ancianos, mujeres y niños, esos 40 civiles, estarían vivos.

Lo que ocurrió no sólo es una vergüenza: fue una desgracia. ¿Sería exagerado llamarlo crimen de guerra? Porque así es como llamaríamos a esta atrocidad si Hamas la hubiera cometido. Por lo tanto me temo que estamos ante un crimen de guerra.
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